Cincuenta años del Citroën GS, el coche de papá
Es uno de esos recuerdos de la niñez que aparece, nítido, en mi memoria. Y eso que casi nunca me acuerdo de nada. Será la edad, que uno ya empieza a acercarse a la cincuentena.
Tendría entre tres o cuatro años cuando papá se lo compró. En formato familiar, claro. Somos tres hermanos, y yo, el pequeño. Cada vez que íbamos a cualquier sitio, se repetía la escena: llegábamos al garaje, papá se subía al GS y me cogía en brazos para ponerme al volante, sobre sus rodillas.
De repente, el estruendo del motor en frío, cuya sonoridad se multiplicaba por el eco del garaje. Me emocionaba. Ante mí, aquel original cuadro de instrumentos con el velocímetro tras un pequeño cristal convexo iluminado. No era de aguja, como el del resto de los coches. Ni nada parecía igual.
Entonces comenzaba ese efímero pero, para mí, enorme espectáculo: pocos segundos después de arrancar, la suspensión hidroneumática ajustaba su altura para emprender la marcha. Para mí era una nave que se disponía a despegar… “Venga, niño, ya está. Para atrás con tus hermanos”, decía papá, con resignación, las decenas y decenas de veces que le hice repetir aquella operación…
El Citroën GS se presentó en el Salón del Automóvil de París de 1970. Su diseño, muy revolucionario para la época, fue obra de Robert Opron. Y lo demás también: chasis de aleación ligera, frenos de disco en los dos ejes y, sobre todo, la suspensión hidroneumática con la que Citroën sorprendió al mundo en los ’50. Pero ahora estaba desarrollada y en un modelo al alcance de todos.
Los primeros motores eran bastante pequeños, de 1 litro y 55 caballos o de 1,2 litros y 60 caballos, para más tarde añadirse otro de 1,3 litros y 65 CV.
El salpicadero y el puesto de conducción también fueron diferentes a todo lo que se conocía. De su diseño se encargó Michel Harmand, y además del particular velocímetro sin aguja destacaba el freno de mano integrado, a la derecha del volante.
En marcha era todo un placer viajar, ya que la suspensión llegaba a niveles de confort desconocidos para la época. Su éxito fue tal que fue elegido “Coche del Año en Europa” en 1971, y además fue el modelo más vendido en Francia entre 1975 y 1978, con una producción anual de más de 200.000 unidades. En 1976 se actualizó, y en los años 80 evolucionó para convertirse en el GSA.
En total se fabricaron 2,5 millones de unidades, más de 150.000 en la planta de Citroën en Vigo. De todas ellas 478.000 fueron con carrocería familiar o Break… como el de papá.